Un No
absoluto. Un No perpetuo.
Un No que lo diga todo. Un No que hable por aquello que callamos.
Un No preciso,
imperativo, crudo.
Un No que figure el límite. Un No que divida el pasado y el presente, que no
proyecte a futuro.
Un No seguro de sí mismo, que no
titubee, que te convenza, que nos conforme a ambos. Un No firme, bien plantado.
Un No que se refleje en el espejo
y se sienta grande, sublime, poderoso.
Un No que
te mire a los ojos y te consuma.
Un No que te enfrente sin gritar,
sin irritarse, sin debilitarse entre lágrimas, sin temblar de amor o cobardía.
Un No que
permanezca en el tiempo. Que detenga el movimiento, los días. Que estanque de
una vez y para siempre los lazos que nos unen.
Un punto final. Un No conclusivo.
Un No que
lo resuma todo. Que no se extienda en excusas. Que no pretenda explicar nada ni
remover el pasado. Pero un No que abarque
de principio a fin los motivos sin olvidar ninguno.
Un No que sea solamente tuyo, sin
concederselo a otro.
Un No que te demuestre el porqué.
Un No que te abra los ojos.
Un No que
te empuje a la soledad y al consuelo de tu propio abrazo. Que te golpee el
alma. Que te acueste en tu cama, desganado y luctuoso.
Un No que de mi boca salga sólo
para que vos lo escuches, sin rencores ni pecados.
Un No que te desgarre la ropa y te
deje desnudo en mitad de la noche.
Un No que no mire hacia atrás
cuando dé media vuelta afirmando el adiós. Que no frene ni aminore la marcha.
Un No que no sepa pedir perdón.
Que no se deje endulzar. Que no entienda de mentiras ni pretextos.
Un incorruptible No.
Un No absoluto. Perpetuo.
Un No que ensanche la distancia.
Que deje en claro el vos y el yo por separado…
Un No que
ya no dé razón para nosotros.
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